Nuevas tecnologías.
–Querida Enriqueta –la voz de su hermana Adela se escuchaba alto y claro al otro lado de la línea telefónica–. He contratado una tarifa plana para llamar a cualquier número nacional. ¡Fíjate!, se acabó el problema de las facturas desmesuradas de teléfono.
Enriqueta sopesó la información. Tampoco a ella le vendría mal algo así. No es que hablara mucho por teléfono, pero de esa manera se aseguraba un pago fijo sin tener que preocuparse por mirar el reloj. Ni la factura.
–En tu caso, lo entiendo, querida –respondió–. Con lo que parloteas es el mejor invento que te pueden regalar.
Adela ignoró la chanza.
–Ayer estuve hablando dos horas con Maruchi, la conoces, mi amiga de Murcia, de la que no sabía nada desde hace tres años. ¿Sabes que la hija se ha casado? Pues sí, con un chico de Madrid, de familia conocida…
Enriqueta miró al techo y se dispuso a escuchar la perorata de su hermana. Antes de que las compañías telefónicas se inventaran esas clases de facturación, las conversaciones eran esporádicas y escuetas, como a ella le gustaban. Eso de estar a todas horas con el teléfono en la mano, sobre todo la juventud con sus móviles, le parecía mal gusto y de peor educación. Horroroso, en una palabra.
Una hora y media después, Enriqueta consiguió despedirse de su hermana, que la amenazó sutilmente al colgar con un “te llamo esta tarde”. Su sobrino nieto Alexis, el hijo de su hermano Ulises, que había llegado para almorzar en su casa lagunera, la miraba sonriente.
–¿Qué? ¿La tía Adela se enrolla por teléfono?
–Sí, querido –respondió Enriqueta–, puede llegar a ser agotadora, ya la conoces. ¿Te imaginas lo que puede ser esto día tras día?
–Tú lo que necesitas es un Call Center –le indicó el joven, un adolescente que ya apuntaba el primer vello facial.
–¿Un Call Center? ¿Qué es eso?
–Una empresa en la que una telefonista recoge tus llamadas y luego te pasa el recado.
–¿Eso existe? –Enriqueta no salía de su asombro– ¿Y no es caro?
–Depende del número de llamadas que te hagan. Pero cuando es un particular es barato.
Enriqueta pensó en la idea. Tal vez así se libraría de llamadas engorrosas. Incluso le daría un toque de modernidad a su estilo de vida.
–Alex, ¿podrías contratarme ese servicio, por favor? Estaba pensando, casualmente, en ese pastel de fresas que tanto te gusta.
–¿Con nata por encima? –repreguntó Alexis–. ¡Por supuesto! Déjame el teléfono.
Cinco días después, Enriqueta se sentía satisfecha de la contratación del Call Center. A una hora prefijada, cada día, recibía la llamada de la telefonista que le informaba de los mensajes dejados en su número. Sin embargo, ese día el motivo de la llamada era otro.
–Señora Cambreleng –la voz de la empleada del Call Center sonaba tensa–, lamentamos informarle que esta empresa ha decidido rescindir el contrato de recepción de llamadas que nos une.
Enriqueta se sobresaltó, ¿qué podía haber ocurrido?
–¿Podría decirme la razón de esa decisión, si no es mucha molestia? –preguntó.
–Pues verá, el costo del tiempo que dedican nuestras operadoras a atender las llamadas de su número de teléfono no es cubierto con el importe que le facturamos.
–Eso es imposible, señorita –replicó Enriqueta–. Solo he recibido en estos tres últimos días las llamadas de mi hermana Adela y de mi sobrino Luis. Sólo dos personas.
–Sí, eso es cierto. Pero es que las llamadas de su hermana Adela fueron cincuenta y tres anteayer, y de ciento doce ayer, y hoy ya va por la ochenta y ocho. Cada vez que una de nuestras operadoras descuelga, les cuenta la historia de alguna de sus amigas con las que ha hablado recientemente. ¿Hay algún lugar de la geografía nacional en que su hermana no tenga algún conocido?
Enriqueta pensó en la pregunta, y no se le ocurrió ninguno.