La torre encantada

Un centenario objeto de veneración religiosa ha desaparecido.

En él se encuentra la clave de algo que podría poner en peligro a toda la humanidad.

En la torre vuelven a producirse unos extraños fenómenos imposibles de explicar.

Un centenario objeto de veneración religiosa ha desaparecido. La investigación policial llega a un callejón sin salida en la iglesia de la Concepción de la Laguna, donde unas misteriosas huellas desaparecen sin dejar rastro en lo alto de la torre.

Luis Ariosto y su chófer Olegario acuden en auxilio de doña Enriqueta Cambreleng, a quien un inquietante mensaje recibido en su casa le exige, bajo amenaza de muerte, la devolución de una caja olvidada en su vivienda hace más de ochenta años.

La arqueóloga Marta Herrero se halla tras la pista de lo que podría ser parte del legendaro tesoro perdido de Amaro Pargo, conocido como pirata por la tradición popular: un quintal de plata de ley del siglo XVIII, escondido en algún lugar incierto de la ciudad.

Sandra Clavijo se sumerge en la pesquisa periodística de una sociedad ocultista que encubre muchos más secretos de lo que cabría esperar, y en la que finalmente se topará con unos extraordinarios hallazgos que afectarán a personas muy cercanas.

Una obra de arte lagunera anteriormente codiciada por parte de los nazis, hoy está siendo arduamente investigada por los servicios secretos rusos. En este deseado objeto se encuentra la clave de algo que podría poner en peligro a toda la humanidad.

Y mientras tanto, en la torre de La Concepción vuelven a producirse unos extraños fenómenos imposibles de explicar.

CÓMO SE HIZO

En esta novela La torre encantada, como ocurrió en las anteriores, las tramas que se desarrollan son fruto de mi imaginación, aunque la mayoría de los escenarios son reales.

Quería plantear una trama en que la protagonista principal fuera la iglesia de La Concepción. Y dentro de la iglesia, compartieran protagonismo el retablo de la nave del Evangelio, el cuadro de san Juan Evangelista y la torre campanario.

La pintura de San Juan evangelista existe en la capilla del evangelio de la iglesia de La Concepción y, de momento, nadie ha tratado de robarla, y espero y deseo que siga allí para siempre. La leyenda en torno a sus milagros tiene su base histórica y la imagen es objeto de culto desde hace varios siglos por fervientes seguidores. El detalle de si en la madera pintada pudiera existir un antídoto contra la peste bubónica es pura ficción. O no, a falta de dictamen científico.

Que yo sepa, en la torre de la mencionada iglesia no se producen manifestaciones paranormales, o al menos cuando yo he estado las presencias estaban tranquilas y apaciguadas.

Un nueo escenario en esta novela en la ciudad de La Orotava, en la que destaco su Liceo Taoro. Este palacete es un fabuloso ejemplo de arquitectura de comienzos del siglo veinte, y visitar su escalera es algo que todos los ciudadanos de las islas deberían hacer al menos una vez en su vida. El conjunto –jardines incluidos- te retrotrae a otra época, cuando las damas lucían vestidos largos y abanicos cortos, y los caballeros chaleco, traje, bombín y reloj de cadena.

Los centenarios pianos Ortiz y Cussó son tal cual se describen en el texto, y su calidad es muy bien ponderada en círculos musicales. Estoy seguro que el ejemplar del Liceo se restaurará más pronto que tarde.

El personaje de Amaro Pargo es real, aunque envuelto en tanta leyenda que es difícil discernir lo auténtico de lo inventado. De momento, que se sepa, no donó ninguna de las campanas de la iglesia de La Concepción, y todas estas deben ser de bronce. O al menos eso tengo entendido.

La espléndida hacienda atribuida al corsario en el barrio de Machado, en el municipio de El Rosario, continúa en el mismo estado ruinoso de hace años y su restauración debería ser un objetivo para las autoridades de patrimonio histórico con el objeto de crear en ella un museo de artes agrícolas, por poner un ejemplo.

La trama de 1936 en inventada, y rememora edificios hoy desaparecidos, como el restaurante La Valenciana, el Casino de La Laguna y el Hotel Orotava de Santa Cruz. Sin embargo, el Hotel Aguere sigue siendo una realidad –una joya del siglo XIX lagunero– y el teatro Leal también. La programación cinematográfica de tarde recogida en la novela recoge la de un día de aquellas fechas.

El ajedrez forma parte de la trama de esta novela. He encontrado en una publicación de Internet que el maestro francés de ajedrez Grummel estuvo en Canarias en 1936 con el objeto de jugar varias simultáneas. Desgraciadamente, no dispongo de más detalles: falta de noticias que me ha permitido incluirlo en esta novela. Pero de ninguna manera hay que sospechar que fuera colaborador del Estado alemán antes de la Guerra Civil.

Lo que sí es real es el planteamiento de la partida que jugaron en 1945 mi abuelo Mariano Gambín Ros y el campeón del mundo Alekhine, con victoria del segundo con alguna dificultad, hasta el punto de que el gran maestro ruso la incluyó entre sus partidas más reseñables, y hoy se puede encontrar y seguir en Internet.

PERSONAJES

ESCENARIOS

La torre encantada

Torre de la iglesia de la Concepión

Torre de la iglesia de la Concepión.

Cap. 2. Pero Moisés no tardó en percatarse de que las huellas pasaban de largo sin detenerse en las pilas bautismales y se encaminaban a una pequeña puerta de acceso a la escalera de la torre, que se hallaba abierta, a pesar de que normalmente se encontraba cerrada. La curiosidad del sacristán pudo con él y se aventuró a seguir el rastro, escaleras arriba, por los cuatro pisos de la construcción. La mañana estaba fría y un vientecillo helado se colaba por los huecos de la torre durante la ascensión. Por fin, Moisés llegó al piso alto abarrotado de campanas de todos los tamaños, y que ofrecía una panorámica privilegiada de los tejados y las calles de la vieja ciudad. Las huellas terminaban junto a la campana más grande, y allí desaparecía el rastro, como si el causante se hubiera detenido a quitarse el calzado o a limpiarse las suelas. El sacristán miró en derredor, buscando una explicación a lo que ya le parecía inexplicable, preguntándose la razón por la que alguien había sustraído la pintura del evangelista, la había subido por las escaleras de la torre, y después se había esfumado desde lo más alto.

La torre encantada

Retablo de San Juan evangelista

Retablo de San Juan evangelista.

Cap. 2.- Si la inquietud del descubrimiento de la escalera le desasosegaba el ánimo, esto no fue nada en comparación a cómo se sintió cuando, tras cruzar las bancos a la derecha del altar, se encaró con el retablo. El mundo cayó a sus pies. En el centro de la fábrica de madera recubierta de plata, en el rectángulo destinado al cuadro de San Juan Evangelista –distinto del Bautista y que en este mundo moderno e inculto muchos confunden–, se le ofreció a la vista una hornacina vacía. ¡El cuadro de San Juan había desaparecido! Moisés sintió que las piernas le flaqueaban. La pintura del apóstol evangelista, autoría de Cristóbal Ramírez en el siglo XVI, cargaba con la leyenda de que el santo representado con el águila a su espalda lloró o sudó, que tanto da, durante lo que duró la peste de landres de 1648. El milagro se mantuvo cuarenta días con sus noches, una casualidad demasiado casual que respaldaba el tiempo aconsejado para afrontar una epidemia.

La torre encantada

Cuadro de San Juan evangelista

Cuadro de San Juan evangelista.

Cap. 38.- Valentina se acercó al cuadro, que se encontraba encastrado dentro de la fachada de la pieza de madera. Examinó la pintura y no le encontró nada especial. Un imberbe san Juan Evangelista, con cara de ingenuo, parecía oír sin escuchar las consejas que un águila que con expresión malévola parecía dictarle a su espalda. –¿En verdad hizo milagros esta imagen? –preguntó. El diácono se acercó a la mujer, y aprovechó para apoyar su mano en el hombro.

–Hay documentos que dan constancia de testigos de la época que juraron y perjuraron que los milagros existieron. No es una leyenda cualquiera.

La torre encantada

La Orotava

La Orotava.

Cap. 30. La Orotava se encuentra en esa difícil disyuntiva de decidir si es un pueblo grande o una ciudad pequeña. Para los locales, que se conocen en su gran mayoría, la sensación es de pueblo. Para los foráneos, el movimiento comercial, de tráfico y de personas indican que se trata sin duda de una ciudad, y de no tan reducido tamaño si se cuentan los barrios periféricos. El casco histórico está repleto de casonas centenarias, algunas con balcones espectaculares, deleites arquitectónicos que evidencian la riqueza que sus pobladores amasaron luchando contra una tierra volcánica difícil de domeñar. La Orotava fue el alter ego de La Laguna en los siglos pasados: ese hermano menor con ínfulas de grandeza que se emancipó de la tutela del primogénito y que vive su vida independiente con mayor prosperidad, aunque se le niegue la primacía en el apellido.

La torre encantada

Liceo Taoro

Liceo Taoro.

Cap. 30. El Liceo caminó por la senda de la Historia con diversos nombres hasta adoptar el actual, y tuvo varias sedes en las calles de la Villa hasta recalar en el llamativo palacete que ahora ocupa, en la cima de un pequeño cerro en el centro de la población. Este edificio se levantó en 1928, a instancias de los esposos Tomás de Ascanio y Méndez de Lugo y Catalina Monteverde y Lugo, que si quisieron exhibir músculo económico, lo consiguieron a la perfección. En 1975 la casa, que se quedó muy grande para la familia, fue vendida a la Sociedad Cultural Liceo de Taoro, que la mantiene en perfecto estado con añadidos y mejoras que hacen que una construcción de esas características pueda ser más o menos funcional hoy en día.

La torre encantada

Vivienda de Adelina Curbelo

Vivienda de Adelina Curbelo.

Cap. 36.- La periodista esperó a que la dueña de la casa cerrase la puerta y le indicara el camino. Si la elegante fachada del edificio avanzaba que tenía una antigüedad superior al siglo, la distribución interior de la vivienda se lo ratificó. La puerta de entrada daba a un pasillo largo que se desarrollaba a su izquierda. A la derecha, aparecían dos salones que daban a la calle, uno mayor que el otro, unidos por una puerta central. El más cercano hacía las veces de sala de estar y el otro, de comedor. El corredor dejaba a su izquierda dos baños y un cuarto, y a la derecha se adivinaban dos habitaciones más. Al fondo, entrevió una cocina antigua de encimera de obra cubierta con piezas de mármol. El suelo lucía baldosas hidráulicas con motivos geométricos, y en algunas paredes se levantaban hasta media altura azulejos multicolores. Todo muy vintage, como la propietaria.

La torre encantada

La Laguna. 1936

La Laguna. 1936.

Cap. 43. Una bruma intensa se había adueñado de La Laguna desde antes de anochecer. El rocío estaba empapando la superficie de sus calles y tejados y la temperatura había descendido unos cuantos grados desde que los relojes de las iglesias tocaran las diez campanadas, correspondientes a la hora en que estaban. Lo desapacible del tiempo favoreció que hubiera muy pocas personas caminando por la ciudad, lo que provocó que Lorenz adelantara sus planes para aquella noche.

La torre encantada

Cafetería Venezia

Cafetería Venezia.

Cap. 61. Pocos establecimientos de La Laguna habían sufrido un cambio tan radical como el Venezia —con zeta, a la italiana—, situado enfrente de la cabecera este de la iglesia de La Concepción. De ser una pequeña y oscura cafetería–heladería —como rezaba un cartel encima de la puerta— rodeada de aceras estrechas en la confluencia de Herradores y La Carrera, el punto de mayor atasco del tráfico rodado de la ciudad, pasó a convertirse, con la peatonalización de la zona, en la terraza más estratégica del casco histórico. Un punto de encuentro natural para los laguneros que caminaban por las calles más comerciales del centro, un lugar «por donde había que pasar» si estabas en la ciudad. Políticos, periodistas, empleados de banca y algún que otro turista ocupaban de continuo las mesas adyacentes al local. El lugar exigía un cortado rápido si estaba nublado y un capuchino lento cuando lucía el sol.

La torre encantada

Hacienda de Amaro Pargo. Machado.

Hacienda de Amaro Pargo. Machado.

Cap. 103.- Olegario llegó al conjunto de casas que conformaron en su día una hacienda agrícola, todas en ruinas. Un espacio central por donde en su día entraban los carros se abría ante él y el chófer lo aprovechó para introducirse en un espacio abierto que debió ser un patio de alquería donde

se asomaban el resto de estancias. El suelo aparecía lleno de matojos y tuneras, en estado de completo abandono. Los muros de la mayoría de las construcciones adosadas se encontraban derruidos, salvo unas cuantas paredes y un almacén, que aun conservaba la estructura del techo. La razón de tamaña destrucción, en la que se aunaba el paso del tiempo y la mano del hombre, se debía a la leyenda popular que se había forjado de que Amaro Pargo había enterrado una fortuna en la hacienda, lo que dio pie a que decenas de buscadores de tesoros removieran suelo y vuelo en busca de una riqueza que nunca apareció.



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