Colisión

El mayor superpetrolero del mundo. Un plan endiablado para destruirlo. Sólo dos hombres para detenerlo.

El mayor superpetrolero del mundo, el Rossia, realiza su viaje inaugural desde Shanghái alrededor de África. Tras una parada en Durban, el siguiente puerto de escala es Santa Cruz de Tenerife. A su llegada a Canarias, las autoridades y la prensa son invitadas a una recepción a bordo. Ese mismo día, un grupo de terroristas chechenos tienen previsto secuestrar un ferry a mitad de la travesía, lanzarlo a toda velocidad contra el superpetrolero y hacer que la carga de los camiones explote en el momento del impacto. En el momento planeado, los terroristas se hacen con el barco a punta de pistola. Pero no han previsto una eventualidad: a bordo se encuentran Ariosto y su chófer Olegario. Y eso puede convertirse en un problema.

Colisión

En mis frecuentes viajes de Tenerife a Gran Canaria utilizo muchas veces el barco. No porque tenga miedo a los aviones si no que, por vivir en Santa Cruz, puedo ir caminando hasta el muelle. Siempre tomo el catamarán de Fred Olsen, que une la ciudad donde vivo con el puerto de Agaete, al oeste de Gran Canaria, y desde allí un autobús enlaza a los pasajeros con Las Palmas.

En los días de mala mar en que es recomendable no leer durante la travesía, la mente comienza a dar vueltas y en una ocasión me surgió la idea de usar ese barco…

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…no solo como medio de transporte, sino como un escenario de novela. Así, las distintas cubiertas adquirieron un protagonismo inusual, se convirtieron en platós imaginarios de una película de intriga. Y me planteé la pregunta: ¿Cómo introducir un barco así en una novela? Dadas sus características de barco rápido, lo primero que me surgió fue un secuestro, pero con un elemento añadido. Que el barco pudiera utilizarse como proyectil suicida. Partiendo de esa idea comenzó a crecer la trama de Colisión.

Para que ese proyectil fuera efectivo era necesario un blanco importante. Un superpetrolero. ¿Por qué no el más grande del mundo? Y que el barco secuestrado portara una bomba incendiaria de tal magnitud que inflamara el crudo de las bodegas del petrolero. Y además, la cercanía de la refinería de Santa Cruz. Una situación de lo más peligrosa que fue desenvolviéndose sola a medida que se profundizaba en la idea inicial. Y además, era necesario que la historia fuera muy rápida. Lo que tarda el catamarán en hacer la travesía entre las dos islas: 80 minutos –por mucho que la compañía intente presumir de que llega antes–. Justo la duración de una película.

Si en mis otras novelas el ritmo cinematográfico era evidente, ahora tenía que serlo aún más. Ello exigía la existencia de varias tramas paralelas que tendrían que desarrollarse al mismo tiempo, saltando de un escenario a otro con intervalos de apenas minutos. En fin, todo un reto. Esta vez la documentación utilizada no fue de corte histórico. En la trama no había tiempo para ello. Todo tenía que ser muy actual, reconocible e inmediato.

El Nivaria Ultrarapide está inspirado en los ferris catamaranes que hacen las rutas entre islas en el archipiélago canario, tanto los del trayecto de Agaete a Santa Cruz de Tenerife, como los que recorren otras rutas. Quien conozca esos veloces ferris sabrá que la descripción del Nivaria no se corresponde exactamente con ninguno de ellos. Es un poco mezcla de todos, con alguna que otra licencia. La empresa que hace la línea no quiso que su nombre apareciera en la novela, por lo que la naviera y el nombre del barco que utilizo son inventados.

Tuve la suerte de poder visitar las zonas no destinadas a los pasajeros de uno de estos catamaranes, lo que fue fundamental a la hora de recrear los escenarios de la novela. Accedí a los detalles sobre el explosivo ANFO y las pistolas 3D en publicaciones y páginas de Internet muy ilustrativas, para maravilla de muchos. También visité la sala del 112, donde su personal me explicó el sistema de funcionamiento y cómo reaccionarían ante una crisis como la que yo planteo en la novela. Comprobé que es un servicio de gran importancia social. Un dinero público bien empleado. Otro lugar al que tuve acceso fue la torre de Salvamento Marítimo, desde se otea una magnífica panorámica del puerto de Santa Cruz.

Allí todo lo que se mueve sobre la superficie del mar de un cierto tamaño es controlado de manera exhaustiva. El superpetrolero Rossia es un invento. Por lo visto, ya no es rentable construir barcos tan gigantescos. El último fue el Knock Nevis, que acabó desguazado en una playa del Índico. Pero me venía muy bien para dar mayor dramatismo a la novela. El peligro sería mayor. Para su descripción me basé en varias fuentes, principalmente de publicaciones y páginas webs de compañías petroleras y de astilleros internacionales.

También me ayudó la lectura de dos grandes novelas: El cazador de barcos, de Justin Scott, y La alternativa del diablo, de Frederick Forsyth. Ambas son referentes de la literatura de petroleros, si es que esta existe. A través del Comandante naval pude conseguir el permiso para subir a una patrullera de la Guardia Civil, el elemento de respuesta rápida marítima que se tiene más a mano en la actualidad. El capitán que me acompañó me explicó todos los detalles sobre los que pregunté y me relató los servicios que estos barcos hacen fuera de las aguas nacionales, en otros lugares de conflicto. En todos los casos en que planteé a los profesionales de la vigilancia y atención urgente a la población la trama de la novela, me respondieron de la misma manera: ¿Cómo se te ocurren esas cosas? Mejor no des ideas. Y es lo que tiene ser escritor. Escribimos las ideas.

GALERÍA

PERSONAJES

Natalia Kolikova

Capítulo 6


“Natalya, una mujer delgada y morena, de mirada vivaz e inquisitiva, que rondaba los cuarenta, aprovechó el momento en que los hombres saboreaban sus copas para introducir su comentario”.

Luis Ariosto

Capítulo 6


“Ariosto era inspector de Hacienda en excedencia. Gracias a una herencia, se había convertido en un hacendado, de lo que no se quejaba, pues eso le proporcionaba, además de una fortuna interesante, tiempo libre para dedicarlo a actividades culturales y filantrópicas. De unos cincuenta y tantos, mantenía la línea y estaba en forma gracias a la continua práctica de varios deportes como la esgrima y la equitación. Solo las canas en las sienes delataban el paso del tiempo”.

Alcalde Melián

Capítulo 6


“Ya le quedaba poco para jubilarse. Melián se daba cuenta de que había empleado su vida, sin vivirla, en un servicio público muy exigente con una entrega que no todo el mundo reconocía y, lo que era peor, se percataba de que, ahora, tenía miedo al vacío. Su total dedicación durante tantos años al Ayuntamiento traía como consecuencia (además de un preocupante sobrepeso y una calvicie que había dejado de ser incipiente) una falta total de hobbies que le pudieran ayudar a sobrellevar el significado de esa horrible palabra: jubilación.
Había llegado a considerar la posibilidad de presentarse como candidato para una última legislatura (había políticos que morían con las botas puestas), pero los delfines del partido ya le habían dejado claro que era hora de echarse a un lado, que ya estaba bien. Lo pensó un segundo nada más. Tenían razón, ya estaba algo mayor, y él lo sabía bien (sobre todo después de dormirse en un pleno convocado por la tarde; nunca más por las tardes). Si manejaba bien algunas influencias, obtendría un inofensivo retiro dorado, como algún consejo consultivo, algo así, y tal vez llegaran a poner su nombre a una calle o a una biblioteca.
Y todos tan contentos”.

Sandra Clavijo

Capítulo 5


“Sandra tenía veintitantos años. Era delgada y morena. Vestía con el uniforme de las chicas de su edad: camiseta y pantalón ajustados, zapatos bajos, melena por debajo de los hombros muy lisa y peinada. Escalaba peldaños rápidamente en el organigrama del diario gracias a sus excelentes artículos sobre una serie de acontecimientos que habían sobresaltado a la opinión pública de la isla en los últimos meses. Ya estaba pasando de promesa a realidad”.

Adela Cambreleng

Capítulo 6


“Adela Cambreleng estaba enfrascada en un programa de televisión en el que una pareja de propietarios se volvían locos para decidir si se quedaban a vivir en su casa reformada o compraban otra en un vecindario cercano. Le encantaban esos programas de obras dentro de una casa. ¡Y vaya casas! Los obreros eran todos tan guapos y diligentes que daba gusto ver cómo tiraban esas paredes de madera que usan en Estados Unidos en un pispás sin despeinarse lo más mínimo.
Se disponía a beber el tercer trago de su infusión secreta (nadie conocía de qué estaba hecha, una mezcla de origen asiático que la mantenía en forma, o al menos así lo pensaba ella) cuando sonó el timbre del teléfono.
Miró su reloj. Apenas las diez menos cuarto. A esa hora cualquier llamada solo podría traer malas noticias. Últimamente, sus amistades visitaban demasiado a los médicos. Cosas de la edad. Una vez se pasa de los setenta, toca encontrarse con los conocidos en las salas de espera de los ambulatorios y de los hospitales.
Adela suspiró y descolgó el teléfono”.

Olegario

Capítulo 11


“El chófer, Sebastián, dirigió el Mercedes hacia el muelle. El vehículo obedecía con delicada precisión las órdenes de su conductor. Sus más de cincuenta años de servicio no habían mermado la elegancia de sus formas ni la suavidad del ronroneo de su motor. Ariosto lo utilizaba a diario, igual que lo habían hecho su padre y su abuelo. El chófer se encargaba de que estuviera siempre a punto.
En realidad, Sebastián se llamaba Olegario, aunque por pura cabezonería exigía que se refirieran a él por su alias. Así lo llamó una vez la anciana madre de Ariosto, doña Consuelo, y así se quedó. Ariosto no insistía porque lo consideraba un recuerdo cariñoso hacia su difunta madre. El chófer había comenzado a prestar servicios a la familia unos seis años atrás, cuando supo recomponer el motor averiado del coche familiar en medio de la carretera. El anterior chófer, Osvaldo, un hombre que había pasado con creces la edad de jubilación, no había dado con el fallo y un solícito peatón le ayudó a poner el Mercedes en marcha. A Ariosto le gustó la desenvoltura del hombre y, agradecido, le dejó su tarjeta de visita y le ofreció una pequeña recompensa.
Días después, lo recibieron y lo entrevistaron. Tras comprobar sus referencias, el dueño de la casa le ofreció el puesto de chófer. Osvaldo no se hizo de rogar, accedió a jubilarse con honores y Olegario ocupó su cargo. Al cabo de pocos meses, Ariosto fue descubriendo sus heterogéneos recursos, adquiridos en una tortuosa juventud portuaria de la que prefería no hablar, pero que hicieron de él chófer, secretario, gerente y hasta guardaespaldas de su patrón. En resumen, que era su hombre de confianza”.

Robert Carpenter

Capítulo 6


“Robert Carpenter estaba encantado. Después de servir una década en la Royal Navy, había sido jefe de máquinas en un barco mercante durante otros diez años, hasta que conoció a Maggie. Su mujer, heredera de un terruño y una fábrica en Cambridgeshire, hizo que se olvidara de las singladuras marítimas para siempre. La excepción a la regla era aquel crucero, cuyos billetes habían comprado hacía nueve meses (antes que nadie), convencidos por el generoso descuento que ofrecía la compañía por la compra anticipada.
El señor Carpenter añoraba tanto el viento marino en su rostro como el olor a salitre. Aquel era su autorregalo de jubilación después de treinta y cinco años de dedicación absoluta a la fábrica de embutidos de Bury Saint Edmunds, en el condado de Suffolk, al norte de Londres.
Maggie había arrugado la nariz cuando su marido le propuso embarcarse durante una semana por ese Atlántico tan imprevisible. Pero la promesa del buen tiempo y la perspectiva de hacer algo distinto la decidieron a aceptar la invitación.
Sin embargo, para Robert el reencuentro con el mar tuvo un sabor agridulce. Le revitalizaba ver la proa abriéndose paso entre las olas; no obstante, al mismo tiempo, no paraba de preguntarse si había malgastado su vida entre salchichas.

Antonio Galán

Capítulo 2


“Galán era un inspector de la nueva hornada, de cuarenta y pocos, de hombros anchos, con estudios universitarios y buenas maneras. Era un buen ejemplo de la nueva imagen de agente del orden, técnico y eficiente, que el ministerio trataba de ofrecer a la sociedad”.

Enriqueta Cambreleng

Capítulo 6


“Enriqueta Cambreleng, después de haber desayunado una menta poleo con dos minitostadas integrales que embadurnó con sendas gotitas de mermelada de melocotón, se disponía a enfrentarse a su media hora de croché diario, de acuerdo con la rutina que seguía desde hacía siete años y cinco meses, fecha en que falleció su querido Epifanio, que en paz debía descansar. El juego de las agujas la relajaba, o al menos eso le parecía. La luz de la mañana se filtraba por los visillos de las ventanas de su pequeña sala de estar, apenas atenuada por la majestuosa sombra de la torre de la iglesia de la Concepción, su vecina del otro lado de la calle. El sonido de música clásica proveniente de un anticuado aparato de radio (permanentemente situado en el dial de Radio 3 Clásica) ayudaba a conseguir un ambiente de serena placidez en la habitación. El resto corría de cuenta de dos sillones tapizados de flores y un sofá de terciopelo verde topacio (con sus correspondientes protectores de canalé en los apoyabrazos y con sendos plaids dorados en las cabeceras), acompañados de una mesa baja redonda de madera de cerezo, de herencia, como muchos muebles de la casa. En las paredes, varios aparadores abarrotados con figuritas de porcelana de todas clases y colores probaban el número de años que su dueña llevaba atesorándolos con mimo y dedicación.
Enriqueta dejó a mano una mantita beis por si le entraba frío en las piernas —en La Laguna toda precaución era poca— y se sentó en su sillón favorito, el de la derecha, donde la luz le llegaba por la espalda. La mano que se dirigía a la cajita de madera donde guardaba las labores de punto cambió de dirección cuando sonó el teléfono y se dirigió al aparato inalámbrico (una inevitable concesión a la modernidad) que comenzaba a taladrarle los tímpanos”.

ESCENARIOS

Hotel Las Longueras (Agaete)
Colisión

Capítulo 6

Luis Ariosto charlaba con dos de sus amigos, Julio Arribas,el flamante nuevo director de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, y su esposa, la conocida chelista Natalya Kolikova, en uno de los patios del hotel Finca Las Longueras, sentados en cómodas butacas de madera forradas de tela acolchada y almohadones blancos en torno a una mesita central con tres copas de balón a medio consumir. La medianoche hacía rato que había pasado de largo. Como el verano se resistía a marcharse, las terrazas del edificio eran un lugar ideal para relajarse antes de ir a dormir. La tranquilidad del hotelito rural, solo interrumpida por el canto de los grillos, combinaba perfectamente con el sereno telón de fondo de las luces desperdigadas a lo largo del valle de Agaete, en la isla de Gran Canaria.

Detrás de ellos se alzaba el edificio principal del establecimiento, un adorable palacete rojo y blanco de estilo inglés de finales del siglo XIX que rezumaba un entrañable encanto histórico. La primera impresión del visitante era que para aquel lugar el tiempo no había pasado. Parecía que, en cualquier momento, un caballero de atusados bigotes, con chaqueta y levita, aparecería en la entrada del hotel. El espíritu colonial rodeaba sus paredes y terrazas. A Ariosto le encantaba aquel refugio bucólico. Siempre que viajaba a Gran Canaria y podía, se alojaba allí.

RESEÑAS

  • Si hay una palabra que define Colisión es acción. Una acción trepidante que mantiene con vigoro pulso cinematográfico el interés del lector, quien devora en apenas unos pocos días sus más de trescientas páginas estructuradas en capítulos cuyas líneas finales invitan al continuará…

    Eduardo García Rojas
    Eduardo García Rojas El Escobillón


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